jueves, 28 de febrero de 2008

ATENCION!

PARA FACILITAR LA LECTURA DEL BLOG LES SUGIERO RECURRIR AL ARCHIVO QUE SE ENCUENTRA A LA DERECHA DEL MISMO. DE ESTA MANERA PODRAN SEGUIR LAS HISTORIAS EN ORDEN CRONOLOGICO, YA QUE POR LA DISPOSICION QUE UTILIZA BLOGSPOT LO SUBIDO EN PRIMERA INSTANCIA QUEDA RELEGADO A ULTIMO LUGAR. VAYAN A "ENERO" Y ALLI VAN A ENCONTRAR LO PUBLICADO ANTERIORMENTE DIVIDIDO EN CAPITULOS (PARTE 1, PARTE 2, ETC.). MUCHAS GRACIAS!!!

VIRGINIA
UN IMPASSE...
La secuencia del espejo roto.
Esperar la maldición o refundar pedacitos de una nueva identidad.

Parece que la historia de mi ingreso a la clínica tendrá que permanecer un rato más en la sala de espera. Son tiempos de cambios frenéticos, y en medio de esta vorágine me doy cuenta de que el pasado, hoy por hoy, no tiene cabida. He ahí la explicación de la demora y la no publicación del tema prometido.
Lo cierto es que comencé a escribir este blog con la idea de compartir mi experiencia en la clínica del Dr. Máximo Ravenna, pero la realidad superó mis deseos y me veo en la obligación de reformular la propuesta. Por supuesto que sigue incólume la pretensión de comunicar mis vivencias en relación al método del Dr. Ravenna, lo que cambió de rumbo es el tiempo. Siento la imperiosa necesidad de situarme en el hoy, porque es evidente que cada día conlleva un aprendizaje y es tan tajante la lucidez que ostento que no puedo más que hacerme cargo y resignificar este presente que estoy viviendo. Hace pocos días empecé a tener problemas con mi vestuario. Sucede que mi cuerpo, en permanente metamorfosis, no logra amoldarse a las prendas y talles usuales. Lo que ajusta en la cintura baila en las caderas y a la inversa. Estoy 5 Kg. debajo de lo que yo pretendía, o al menos lo que yo suponía un peso cómodo para recuperar un mínimo de autoestima. Es fascinante y a la vez desestabilizador ver la imagen de un cuerpo que va reacomodándose como puede. Es el tan anhelado flaco que lucha por imponerse. No puedo imaginar el resultado final y verdaderamente siento que una especie de ALIEN bueno esta pugnando por ver la luz. Hace dos semanas, en medio de este proceso de conflicto con la imagen y muchos problemas personales sufrí un pequeño y absurdo accidente en moto. Único daño material: un espejo… Espejo que me acompaña desde hace más de 25 años, regalo de una compañerita para un cumpleaños. Ver los pedazos aún pegados en el plástico circular me llevó a pensar en primera instancia en la famosa maldición y ahogarme en forma inevitable en un vaso de agua y desesperación: NOOOOOO 7 AÑOS DE MALA SUERTE!!!!!, hasta el 2015 estaré signada por la desgracia y cada hecho nefasto que suceda automáticamente le será adjudicado al infortunado espejito!. Un minuto más tarde cancelé la profecía y decidí buscarle a la ruptura del adminículo un significado más constructivo: no es posible ser partícipe involuntario en un hecho que nada tuvo que ver con una decisión tomada (solo la ignorancia de no saber que intentar detenerse apretando sólo el freno de adelante en un charquito de agua deriva invariablemente en una extraña patinada) y esperar sentada a que me caigan encima los 7 años de desgracia!. A ver: asociemos libremente… espejo… imagen… fragmentos… Será el momento de refundar pedacitos de una nueva identidad? Esta frase, en un principio vestida de teoría, supe recibirla horas antes del mini accidente por parte de los integrantes del Grupo de Internet “4 asteriscos”.
Lo mágico (como todo lo que sucede cuando uno se deja llevar por el método del Dr. Ravenna) es que las palabras tomaron forma y se convirtieron en una maravillosa lección práctica.

miércoles, 6 de febrero de 2008




Experiencia adolescente. Parte 5


Antes de ingresar a la clínica vamos a tomarnos un pequeño recreo. Quiero llevarlos a Brasil en la máquina del tiempo: es el mes de Enero del año 1989. Playa de Copacabana. Ahí estaba yo, reconociendo el terreno y dispuesta (por fin) a sacarme la remera, cosa que jamás me había animado a hacer en Mar del Plata, ciudad en la que residía desde hacía un año. Bueno, en realidad en las arenas de “la feliz” lo hacía, pero cumpliendo un incómodo ritual. A saber: llegaba y disponía mis petates con mucha lentitud al tiempo que “relojeaba” la clase de vecinos que me habían tocado en suerte. Por supuesto, las señoras mayores eran mis favoritas, nada de “muchachos jóvenes” y menos aún de desvergonzadas y curvilíneas féminas en bikini. Una vez instalada, me sacaba la parte de abajo. Este paso no resultaba muy traumático, ya que mis piernas no eran el problema. Después me sentaba, y una vez constatada la ausencia de indiscretas miradas, en un movimiento comparable a la velocidad de un rayo, me despojaba de la remera y me acostaba (en esa época no se usaban los pareos, hoy por hoy los mejores “tapaloquenoqueremosquesevea”). De esta manera, mi panza no lograba vislumbrarse en su real dimensión. De boca arriba volteaba a boca abajo y así toda la tarde, como una especie de pionono humano giraba sobre mí misma una y otra vez. Aunque el sol estuviera rajando la tierra y derritiendo mi negra malla enteriza JAMAS de los JAMASES entraba al mar. A lo sumo una caminata por la orilla para refrescarme los tobillos, siempre con la remera puesta, claro. Ustedes pensarán “pobre chica! Para qué corno iba a la playa?”. La respuesta es sencilla: cuando una recién llega a una ciudad y tiene 16 años, adhiere más que nunca al famoso dicho “donde fueres haz lo que vieres”. Mis nuevas compañeritas eran animales de playa y se me tornaba imposible rechazar las invitaciones en las cuales estaba implícita mi admisión al grupo (para colmo de males eran las más “populares” del colegio. Si miran la foto que adjunto a este relato van a ver una adolescente medianamente normal, más bien de “huesos grandes” como decía mi abuela Elcira. Lo cierto es que nunca estuve cómoda en este envase. Una vez leí en la revista “Uno Mismo” un artículo titulado “La fiebre del cuerpo inadecuado”, la frase se me grabó a fuego, era exactamente lo que yo había sentido siempre: que mi cuerpo no encajaba. Ya sea por ser la más alta de la fila, la más “grandota” o lo que fuere. Mi anhelo era pasar desapercibida, ser menuda e invisible… Pero volvamos a Copacabana… playa nueva, gente nueva!!!. Ahhhhh qué placer! Ausencia absoluta de fisgones!. Nadie me conocía! Yupiiiiiiiiii!. Envalentonada me saqué la remera de pie!. Y así, a pura malla pelada me acerque a la orilla. Eso si que era vida!... el sol dorando mis hombros al tiempo que caminaba…guau! Un dos por uno nunca visto!. Mientras chequeaba la intensidad del oleaje (no sabía ni sé “sortear” olas, ni por arriba ni por abajo, las veces que lo intenté terminé arrastrada al borde y emergiendo con la malla enrollada hasta el ombligo en un topless involuntario) escuché mi nombre: heyyyy Virginia!!!.... Perdón???. No era ni la voz de mi mamá ni la de mi papá! Los únicos mortales en tierra carioca que lo conocían!. Bastó con darme vuelta para ver a un grupo de chicos de un colegio de varones que me conocían de MDP. Hola! Les dije, al tiempo que apresuré la marcha hacia el mar sin medir las consecuencias: podía fenecer arrollada por una ola gigante de Río de Janeiro, pero que me vieran la panza… nunca!
Casi veinte años pasaron de esta anécdota, y la sigo recordando como si fuera hoy. Demasiado tiempo sintiendo esa abismal desconexión entre lo que yo era y lo que quería ser. Toda una vida esperando que el espejo me devolviera una imagen que al menos se acercara a lo que mi mente deseaba. Cuántas veces fantasee con acostarme a dormir y despertarme con el cuerpo soñado. En estas dos décadas lo único que hice fue alejarme todavía más de mi ilusión. Me encargué sistemáticamente de dejarla cada vez más atrás. Vaya uno a saber por qué extraña y maquiavélica jugarreta de mi mente trabajé incansablemente para hacer que mi cuerpo fuese cada vez más y más inadecuado. Una dolorosa paradoja. Una madeja desmadejada, una esquiva punta del ovillo y cientos de intentos fallidos en el camino.
Hoy, por primera vez en mi vida siento que estoy donde tengo que estar. Hay muchas manos ayudándome a “ovillar” (así como lo hacia en mi infancia, cuando mi abuela María me pedía que colaborara con ella). Sé positivamente que lo voy a lograr. Gracias Sergio Erlij, gracias Analía Vázquez, gracias Alejandra Raichuni, gracias Alvaro Casanova, gracias Florencia Medaglia, gracias Graciela Wajner, gracias Silvana Compagnucci, gracias Fernando Temporelli, gracias a todos mis compañeros del grupo CLAVE del CTMR de Bahía Blanca y los del VALE CLAVE del 7 de Septiembre de 2007 en Buenos Aires, gracias Eduardo Montú, gracias Analía Esperón de San Nicolás y sobre todo a usted, Dr. Máximo Ravenna, por ser un iluminado en el fiel sentido de la palabra.

viernes, 1 de febrero de 2008

Preparando el viaje.
Parte 4

La mañana del 31 de Agosto fue radicalmente diferente, un sentimiento nuevo y movilizador me alborotaba el pecho. Recuerdo que mi jornada laboral se tiñó de esperanza y fue dedicada, prácticamente en su totalidad, a efectuar las llamadas de rigor para confirmar mi lugar en el famoso VALE CLAVE del 7 de Septiembre.
Con una rapidez inusitada reservé pasajes y organicé las cuestiones laborales. Faltaba definir un asuntito no menos importante: el alojamiento. Las chicas de la Clínica me habían pasado un listado de lugares situados en las inmediaciones, sólo que al estar prácticamente sobre la fecha algunos carecían de plazas disponibles y otros, excedían mi presupuesto. Lo extraño fue que nunca me inquieté, en el fondo sabía que ese tema se iba a resolver de una u otra manera. En la semana del viaje fui a visitar a mi amiga Silvina (oriunda de Capital Federal y por ende, gran conocedora). Obviamente surgió el comentario del hospedaje, y fue ella, ordenada y resolutiva como siempre, quien me sugirió la posibilidad de un hostel (alternativa muy utilizada básicamente por estudiantes extranjeros debido a su bajo costo y espíritu de camaradería). El consejo fue acompañado con una suerte de guía turística de la ciudad de Buenos Aires que Silvina guardaba “por si las moscas”. Allí, no solo aparecían algunas opciones, sino que había mapas que mostraban las ubicaciones en forma sencilla y muy grafica. La idea del hostel me gustó inmediatamente, ya que poco tiempo atrás había vivido esa experiencia en Paris y fue muy enriquecedora. Está claro que quien se decide por esta opción no debe tener problemas en compartir habitación y baño con desconocidos, en mi caso obviamente no los tenía ni los tengo, menos aun sabiendo que quienes eligen este modo de viajar tienen reglas de convivencia claras y una filosofía particular.
Después de estudiar la guía “Buenos Aires Night and Day” me decidí por “La Casa Fitz Roy” uns casona de estilo colonial de fines del siglo XIX, residencia de un personaje histórico, recientemente remodelada situada en Palermo Hollywood (Palermo Viejo) y ubicada a tan solo 7 cuadras (otra vez el numero mágico!) de la Clínica.
El viernes 7 a las 7 de la mañana arribé a la Terminal de Ómnibus de Retiro, me tomé un café y luego el subte para el hostel. A las 12.30 tenía que encontrarme con Sergio Erlij en el buffet de la clínica, por lo que me di una ducha y salí caminando por Avda. Santa Fe. El calor y la humedad eran insoportables, aun así yo lucia una remera larga de algodón y mi sacón de lana con capucha (negro, obvio!). En el camino encontré una casa de ropa (de dueños coreanos claro está, los únicos que se dignan a vender talles grandes) que mostraba en vidriera algunas prendas XL, la intención era ver si podía conseguir alguna indumentaria menos calurosa, ya que no tenía prevista semejante temperatura. La “odisea probador” volvió a repetirse sistemáticamente como en tantas otras oportunidades, me recuerdo acalorada y contrariada tratando de enfundarme en cualquier ropaje, sin distinción de telas o modelos, ya que lo único que me interesaba era la amplitud y el largo. Nada me convenció. Enojada (conmigo misma, el mundo y el coreano) retomé la marcha. A pocas cuadras de allí, y sin saberlo aún, en Zapata 121 me estaba esperando LA ULTIMA DIETA…